Esta mañana de invierno, tan fría y desabrida que
recordaba esas de las tierras de Salamanca desde las que llegó su familia va a
hacer 100 años, ha tenido lugar el sepelio de Pedro Luis Flores Benayas,
ganadero de bravo, representante de la divisa Hros. de Flores Albarrán y, por encima
de todo, buenísima persona.
Paradojas de la vida, el mismo hombre (gracias, Rafael Flores Lara) que
hace dos décadas me comunicaba la muerte de Pedro Flores Sánchez, padre de
Pedro Luis, era quien ayer al filo del mediodía me daba la triste noticia.
Vaya por delante que los Flores Albarrán son una
institución ganadera, aunque los tiempos modernos hayan llevado al olvido
muchos de los logros conseguidos por una familia que llegó a tierras de Andújar
en 1919 (prácticamente un siglo, que se dice pronto) y que se hicieron
ganaderos de bravo dos años después. Desde entonces todas las plazas de Europa
supieron de unos animales que llevaban por bandera en los carteles el nombre de
Andújar, poniéndola en el mapa cuando los españolitos de a pie no tenían atlas
ni mapas de carreteras, algo a lo que esta ciudad nunca ha sabido corresponder.
Ni siquiera hoy, cuando en el entierro, que yo haya visto, no había ni un solo
representante de la institución municipal. De verdad que he sentido vergüenza.
Ajena, por supuesto.
Poca, muy poca memoria, hacia una casa que durante muchas décadas
fue santo y seña de la ganadería brava en España. Por su plaza de tientas, que tiene
un sabor como pocas, y su casa solariega pasaron todas las figuras del
toreo, con mención especial para los
Bienvenida. Y en su embarcadero se cargaron cientos de animales bravos, entre
ellos el que inauguró la báscula de Las Ventas. Además, con el mérito añadido
de –este sí- ser un encaste propio, compuesto por los animales que
sobrevivieron a la contienda del `36, a los que después se unió una tropa de
vacas oriundas de Samuel Flores y, ya en los años setenta, media docena de
vacas “Santacoloma” y varios sementales de Ana Carolina Díez Mahou, vecina de
finca y madre del también ganadero Germán Gervás.
Este último cruce dio otro empujón más a la vacada, que a
partir de entonces se especializó en la lidia de novilladas, que se anunciaban
en todas las plazas de categoría, ya fueran Madrid, Sevilla, Barcelona o
Valencia. Y, detrás de esa obra, un tándem de ganaderos perfecto: los hermanos Daniel y Pedro Flores Sánchez, que
conformaron una pareja histórica, porque además sus caracteres se
complementaban a la perfección. El primero murió soltero, mientras el segundo
dejó el testigo de la ganadería a Pedro Luis, uno de sus hijos.
Hoy, mientras
rezaba por él en la iglesia de Santa María, mi mente viajó 30 años atrás.
“Cabezaparda”, (en verdad se llama “Medianería”, pero yo siempre digo
su nombre original) fue la primera finca que visité en mi vida, y Daniel el
primer ganadero que me acogió como el incipiente cronista taurino que era. Aún
recuerdo aquel viaje, nerviosito perdido porque iba a conocer nada menos que ¡ a
Daniel Flores !. Después, a lo largo de los años, fueron muchos los días de
campo, de tentadero, de embarques... Lustros más tarde aquel cronista, que ya no
era incipiente, quiso -y no fue casualidad- hacer en esa casa el primero de
los muchos reportajes camperos que estaba llamado a publicar en 6Toros6. La
misma donde vi torear por primera vez a Alejandro Talavante siendo aún becerrista, la misma donde
siempre me abrieron las puertas, primero Daniel, luego Pedro y finalmente Pedro
Luis.
Todo eso se me venía a la cabeza esta mañana. Y también
que este año ya no tiene sentido celebrar el 75 aniversario de la toma de
antigüedad de la ganadería, algo que ocurrirá dentro de dos meses escasos, el
día de San José (para el que lo desconozca,
una divisa adquiere esa antigüedad la primera vez que lidia un encierro
completo en la plaza de Las Ventas). Por desgracia, Pedro Luis, tampoco habrá lugar para que le
encierres aquellas vacas que dijimos para disfrutar con Juan Mora porque, ya
ves, después de pasar el rubicón de la crisis que os azotó de aquella manera en
“Cabezaparda”, después de mantener el hierro y no tirar la toalla mientras
otros sí lo hicieron, cuando después de unos años habías
vuelto a lidiar y los primeros erales ya se llevaban premios en las plazas donde iban, Dios ha decidido llevarte con
él antes de tiempo.
Eso pensábamos los muchos amigos que hemos estado hoy en
Santa María para despedirte. Desde tu vecino de linde, Paco Sorando, que me ha
impresionado porque el señorío está por encima de todo y lo he visto derrumbado
por dentro, hasta Alicia Valenzuela, Apolinar Soriano, Sole Ortega y tu tocayo Pedro Luis García La Rubia.
Veterinarios como don Manuel Díaz Meco, Antonio Mateos, Mario Martínez o José Ángel
Gutiérrez. Toreros, de a pie y de a caballo, Pepín Rubio, Manolo Montiel, que tantísimas vacas tentó en tu casa,
Manuel Rodríguez, David Valiente, Valentín Rivas, David Lorente…
Todos, y por
supuesto yo, hablábamos de tu bonhomía, y nunca olvidaremos que jamás te vimos un mal gesto, ni una palabra
más alta que otra, ni tampoco una mala expresión. Ni siquiera cuando en el
parque ese que tengo al lado de casa donde nos juntamos tantos padres con nuestros chiquillos tu hijo Pedro Juan te molía jugando al
fútbol cada tarde. Hoy recordaba que cuando te veía allí haciendo de portero, delantero, central o lo que terciara, pensaba que
ya andabas subido de años para emular a los de la selección, pero por un peque uno hace de todo. Y también que siempre, incluso cuando estabas dándole a la pelota con tu niño, andabas con un cigarro en la
mano. Ese maldito cigarro…
Que Dios te tenga en su gloria, porque a lo largo de mi vida pocas personas he conocido que se lo merecieran tanto como tú. Hasta siempre.