No puede ver hasta anoche el programa Tendido Cero del sábado pasado, donde se emitía el documental El Torero de los Andes, dedicado a la figura del linarense David Gil. Y estoy impresionado porque, a pesar de que había visionado la cinta casi entera, no es lo mismo verlo en la pequeña pantalla del ordenador, que en la televisión. Y tampoco es igual que te cuenten lo que pasa allí, y lo que tiene que sufrir un matador o novillero para torear en aquellas tierras, a comprobarlo en imágenes.
La verdad es que yo no sé de dónde sacan la afición para irse a miles de kilómetros de su casa, dejando atrás familia y, como en el caso de David, a un hijo pequeño, para buscar sólo ponerse delante del toro y continuar sintiendo viva su profesión. Cómo ese sentimiento es más fuerte que todos los demás, y cómo no les importa pasar por todo, desde anunciarse con animales que no son ni de media casta, en plazas donde el hospital más cercano está ni se sabe dónde, y en unas condiciones económicas que serían de risa... si no fueran de pena.
Y todo, vuelvo a decir, por sentirse toreros, pero a cambio de casi nada, porque en España eso apenas tiene repercusión. David puede hablar bien de eso. Yo recuerdo todavía la primera vez que lo vi en directo, un día del Corpus de 1988 en la plaza de Baeza, donde mató un novillo de Leoncio Sorando al que cortó las orejas. Se hizo un hueco entre aquella generación de oro jiennense, donde había nombres como Paco Delgado, Juan Carlos García, Sebastián Córdoba o Pepín Rubio. Y desde el primer día quedó claro que redaños no le faltaban. Después tomó la alternativa en Ubeda, a finales de 1997, y el tema de torear se puso más, mucho más difícil. Pero aún así, consiguió anunciarse en la feria de Linares del año 2000, en un cartel junto a Enrique Ponce y El Juli. Cortó dos orejas y salió a hombros, mientras sus compañeros ese día se marcharon a pie. No ha vuelto a Linares.
Mejor dicho, no ha vuelto de luces. Porque el 15 de marzo de 2009 pudo hacerse sitio en la plaza de su tierra, pero vestido de corto y en el festival a beneficio de Proyecto Hombre. Nos sorprendió a todos, porque junto al torero aguerrido que ya conocíamos, surgió otra versión, la del matador cuajado que toreó con regusto al novillo de Marca que le cupo en suerte. De hecho, las fotos que ilustran este post son de aquel día. Le cortó el rabo... y no ha vuelto a torear allí.
Yo, cuando hablo de estos casos, siempre recuerdo lo que me dijo José Luis Moreno, ese pedazo de torero cordobés, en una entrevista donde le pregunté si había justicia en el toreo. Me respondió que la misma que en la vida. Es así, pero no tenía que serlo, y sirvan estas líneas como homenaje a toreros como David Gil, que lo sacrifican todo por su profesión a cambio de casi nada.