Mañana entre nubes y claros de un sábado de mayo. Un
sábado como otro cualquiera en la margen derecha de la carretera que lleva
desde la cordobesa Palma del Río hasta la sevillana Peñaflor. Pero, aunque no
lo parezca, esa mañana tiene algo de especial. Muy especial. En un cercado
desde el que se contempla toda la campiña, donde las vistas casi por doquier
dan a exuberantes naranjales, ocho toros pasan sus últimas horas en el campo.
Son los ocho que esa misma tarde José Joaquín Moreno de Silva embarcará con
destino a la plaza de Las Ventas.
Es el tercer año consecutivo en que se ve anunciado en
Madrid pero, a diferencia de los dos anteriores, ahora es en San Isidro. Y,
además, en plena “semana torista”, encartelado junto a los ganaderos que son
mascarón de proa de eso que ahora se viene en llamar “Encastes Minoritarios”. Y
ahí está Joaquín, que después de muchos años de sacrificios, apuesta y esperanza
por la sangre “Saltillo”, por fin ha conseguido llegar a la feria más
importante del mundo.
Para la ocasión ha reseñado ocho ejemplares que son la
niña de sus ojos. Una corrida muy, muy fiel al tipo del encaste, con todos los
toros de pelo cárdeno en diferentes
tonalidades, el que la porta más oscura es “Jardinero-68”, que es un poema de
seriedad. En cuanto a caras, tres de ellos la enseñan más abierta, y son “Lechuzo-43”,
“Cazarratas-45” y “Jabalino-67”, que es un toro muy fino cuya expresión es de
agresividad. Hablando de expresiones, hay dos, “Millorquito-27” y “Mandarino-55”
que la tienen idéntica a la de tantos toros que hemos visto en casa de
Victorino Martín, lo cual habla de la pureza de su sangre “Saltillo”. Y, por
último, hay dos de esos a los cuales se te va el ojo nada más entrar al
cercado. Uno, más redondo, lleva el nº 38 y atiende por “Cantaor”, mientras el
otro es “Ruiseñor-6”, cárdeno claro, con la rara característica en este encaste
de, además, ser de pelo ojalado.
Justo cuando yo salía del cercado entraba Enrique Ruiz, el mayoral, que esa mañana andaba en trance de preparar la maleta para acompañar en su último viaje a esos toros que ha criado con mimo desde el día que nacieron, conduciendo el remolque que llevaba el que iba a ser su último pienso en la finca. Fue verlo y venirme a la mente aquel primer capítulo de “La Tauromaquia”, y de aquella locución que, acompañando las imágenes de un embarque, decía solemnemente “Es su último día en el campo. Sus últimas horas en un efímero reinado”. Y, al momento, la cabeza se me fue a aquella tarde del 13 de septiembre del año pasado que tuve la fortuna de vivir en la plaza de Las Ventas, con “Viergado” poniendo a todo el mundo de acuerdo. Ojalá mañana sus hermanos pequeños se acuerden de él. El esfuerzo de Joaquín merece una recompensa ahora que, por fin, ha conseguido el sueño de verse anunciado junto a los más grandes. Que así sea.