viernes, 31 de julio de 2015

Verano en "La Zorrera" (y II)

     Pero aún siendo entre dos luces, acabada la tienta de las dos becerras, todavía tuvimos tiempo de repasar uno de los cercados donde están los machos. En el tentadero se probaron dos vacas, una burraca tan astifina como es norma en la casa, y otra negra que aún enseñando la cara, era mucho menos agresiva.

     Encargados de torearlas fueron el matador cordobés Víctor Abad y El Trebu. Sí, mi amigo Juan Manuel Moreno, que tiene mucha sintonía con la gente de esta casa.  A él y al malagueño Manuel Rodríguez, que apuró las vacas junto a más compañeros de tapia, corresponden las fotos de toreo que hay en el post.









    Me llamó la atención la forma que los hermanos García-Cebada tienen de hacer los tentaderos. José, en el palco de ganaderos, compartiendo opiniones con el picador. Justo enfrente, apoyado en una de las paredes del embarcadero, su hermano Salvador. En el palco, Alicia, esposa de Salvador, explicaba con mucho tino todo el desarrollo de la labor a un grupo de visitantes que esa tarde disfrutaba de “La Zorrera”.

     Finalizada la tienta, los hermanos echaron mano de memoria y sacaron libretas, confrontaron notas, y decidieron que una de las vacas tendría la oportunidad de perpetuar su reata, mientras la otra, de pelo burraco, había acabado allí sus días en la ganadería.

     Y como decía antes, terminado el tentadero  aún hubo ocasión de ver uno de los cercados donde los cuatreños comparten vida con los utreros. Algunos de ellos con trapío de toros más que sobrado, como un castaño bizco del izquierdo que es verdaderamente imponente. Junto a él, otros mucho más bonitos, caso de un burraco que parecía sacado de “Los Alburejos” en los años 80, o un sardo que estuvo reseñado inicialmente para Boujan-Sur-Libron hace unos meses. De los toros, había uno colorado más que astifino, y otro castaño salpicado que andaba a la gresca con el perrillo bodeguero que se vino como vaquero improvisado a repasar unos cercados cuya principal clientela está allende los Pirineos...










     Y es que Francia se ha convertido en el reducto para estos fogosos toros del sur de España. Parece mentira que, una tras otra, las corridas de “La Zorrera” se tengan que lidiar por sistema a más de 1.000 kilómetros de su terruño. Será que las cosas están así, pero… qué mal están las cosas. 

lunes, 27 de julio de 2015

Verano en "La Zorrera" (I)

     Tierras de Medina-Sidonia, paraíso del toro bravo. Atardecer de julio y una temperatura casi diez grados menor a la que había dejado en Jaén apenas tres horas antes. Una desviación a la derecha de la Jerez - Los Barrios marca el punto de entrada a “La Zorrera”, donde pastan los animales propiedad de la familia García Cebada.

     No es largo el camino, en cuya margen derecha está el cercado de los sementales, en el cual me llamó la atención el pelo jabonero de uno de ellos, con toda seguridad descendiente del “Retacón-111” de Torrealta. Pasado el puente de la autovía, a la izquierda ya se puede ver el primer cercado con machos, donde, entre otras, están las novilladas que irán a Villaseca de la Sagra y Calasparra. Anda uno pocos metros y se topa de frente con el cortijo, y al lado, todas las instalaciones, incluyendo plaza de tientas, corrales y embarcadero.









     Hasta ese cercano atardecer de julio no había pisado “La Zorrera”, y eso que llevaba queriendo desde aquél 13 de octubre de 1981 cuando, a través de las cámaras de televisión, mis ojos de niño se pusieron ojipláticos contemplando una corrida de intachable presencia en la que destacó el castaño “Pajarito-14”, nacido en enero de 1977, sexto de la tarde, al que Pepín Jiménez cortó las dos orejas.

     Poco después supe que el mayoral de esa casa ganadera se llamaba Antonio Flor Parrado, y eso de que el conocedor de una ganadería que te gustaba tanto llevase tu mismo apellido “molaba” mucho para un niño que tenía tanta afición por el toro bravo como yo.

     Más de treinta años tuvieron que pasar hasta poder pisar allí. Y cuando puse el pie en “La Zorrera” lo primero que pensé es que allí se había hecho mítico el semental “Fiscal”, con el hierro de Carlos Núñez. Y que en esa misma tierra había nacido su hijo “Ajustador”, ya con el pial de Cebada Gago, uno de los padres de bravura más importantes de las últimas décadas.







     Hijos y nietos suyos serían muchos de los animales que tuve ocasión de ver minutos más tarde en los distintos cercados. Por cierto, pude disfrutar de una auténtica miscelánea de capas, por cuanto los había negros, girones, colorados, castaños, burracos, cárdenos en distintas tonalidades y muchos salpicados, sin faltar tampoco los típicos sardos.  Casi todos marcados con el hierro de la Unión, que se anuncia como Hros. de José Cebada Gago, aunque también había varios con el primero que hubo en la casa, inscrito en la Asociación, y que figura en los carteles como Salvador García Cebada. Sí, el mismo que volvió loco a Manolo Molés y equipo en la pasada feria de Valdemorillo, cuando salió uno marcado así y no daban pie con bola para identificarlo.

    Poco más adelante, con unas vistas que se perdían en el castillo de Torrestrella, estaba el cerrado de las eralas, muchas de ellas ya tentadas, la mayoría con las cerdas del rabo cortadas. Mala señal, porque esa marca significa que no habían pasado la prueba del tentadero y su viaje al matadero estaba próximo. Junto a ellas estaban las que habían asegurado su pervivencia en la ganadería y otras, las menos, que aún estaban por tentar.








     Precisamente dos de esas eralas se probaron esa misma tarde, pero eso tuvo lugar más tarde, casi  entre dos luces y lo contaremos en la segunda parte de este post.

martes, 21 de julio de 2015

Una tarde en "Los Monasterios" (y II)

     Tiene 101 años la ganadería de Hros. de Jacinto Ortega, constituida en 1914 con ganados de Celso Pellón, que durante mucho tiempo fue el criador más decisivo de la zona. Los libros cuentan que después se adicionaron más reproductores del Marqués de Cúllar de Baza,  Olea,  Rufo Serrano (de donde proviene todo lo de Araúz de Robles), y por fin, ya en los años cuarenta animales con sangre Veragua y Campos Varela. Una historia, la de un encaste propio, que merece la pena ser contada con más amplitud y en un medio menos modesto que un blog. Espero que todo se pueda andar…





     La primera referencia fehaciente que tengo de esta ganadería se sitúa hace tres décadas, cuando la Diputación Provincial de Jaén echó para delante un proyecto maravilloso en cuanto a planteamientos, que después no se vio reflejado en resultados. Era la corrida concurso de ganaderías de la provincia, que trataba de poner en valor a las divisas de una zona privilegiada y, entonces igual que ahora, demasiado olvidada. La primera edición tuvo lugar en el coso de La Alameda el 11 de junio de 1986, y en ella se lidiaron toros de Samuel Flores, Román Sorando, Araúz de Robles, Jiménez Pasquau, Aldeaquemada y Jacinto Ortega.

     Recuerdo como si fuera ayer la foto del toro de Ortega.  “Esparraguero”, nº 32,  hijo del semental “Revoltoso”, que con sólo 446 kilos en báscula tenía una expresión de seriedad tremenda. Lo estoqueó Morenito de Jaén, por entonces aún matador de toros, que saludó una ovación tras acabar con el toro, de pelo negro zaíno. Mi curiosidad adolescente me llevó a preguntar por aquella ganadería, que tenía cierto ambiente, sobre todo entre taurinos como Manolo Lozano, y que además era una de las casas donde se había forjado ese torerazo que es Dámaso González.

     Tiempo después tuve ocasión de conocer a Dionisio, Rodolfo e Isaac Ortega, que eran quienes llevaban las riendas de la divisa en aquella época de principios de los noventa, e incluso asistí a varios tentaderos de la casa. Pasaron los años, un encaste se fue imponiendo en el campo bravo y en los carteles, y los siempre fogosos toros de “los Ortega” se vieron relegados a ser soltados por las calles, un tipo de festejo donde siempre el hierro jiennense fue capitán general, tanto por su juego como por el excelso trapío de sus animales. 







     Un porte que, evidentemente, está heredado de sus madres. Y así lo comprobamos in situ. Porque después de los toros estuvimos viendo la tropa de vacas, un ciento corto, que componen el cimiento de la ganadería. Disfrutan de un cercado amplísimo, con unas vistas impresionantes hacia el sur de la provincia, en la que pueden atisbarse multitud de localidades. Son estos vientres un abanico de color, aunque haya menos variedad de pelos que hace años. 






     Pero aún las hay coloradas, berrendas remendadas en negro y colorado, coleteras, calceteras, gironas, luceras... y hasta una cárdena, vestigio de un pelo que ya aparecía en las primeras libretas camperas de la ganadería. Eso sí, prácticamente todas lucen unas arboladuras de impresión.






     Claro, así salen sus hijos. Y por eso la ganadería continúa soltando año tras años algunos de los toros más serios e importantes que puedan verse en los bous al carrer, donde los de Jacinto Ortega son cotizadísimos. Todos los que pueden verse en este post tendrán ese destino. Y, en cierto modo, es una pena, porque uno los ve allí, gordos, lustrosos, con esas caras tan bien colocadas, serias, astifinas… y piensa que en una plaza esta ganadería no desmerecería de otras muchas que tienen colocado el sello de “torista”. Pero esto está así, y cada día veo más difícil que pueda cambiar. De todas formas, siempre será un lujo ver la belleza de estos toros tienen en la inmensidad de "Los Monasterios".