Fue este invierno, un día de enero en mitad de una
horrorosa ola de frío. Tanto, que nada más acabada la retienta empezó a nevar y
a la mañana siguiente los campos de Santisteban del Puerto aparecieron cubiertos por un
manto blanco para nada habitual en tierras de Jaén.
Ese amanecer de enero Manuel García Campayo, mayoral de
Guadalmena, fue apartando vacas de cada uno de los cerrados donde están los
empadres de la ganadería, hasta formar un lote numeroso. La mayoría de ellas
con mucha edad y que, o bien habían dejado de parir ya o, las más jóvenes, no
habían dado buenos productos. Su destino era partir al día siguiente camino del
matadero. Sin embargo, antes de ese postrer viaje cuatro de ellas iban a tener
la oportunidad de demostrar por última vez su bravura. Cuatro vacas negras, grandes y fuertes, de
tremenda presencia y amplios pitones. Aunque en realidad, el mayoral apartó
cinco, porque junto a ellas había otra, con veinte años sobre sus lomos, mucho
más delgada que las otras, algo raro en una ganadería donde los animales
siempre están sanos y bien comidos. La explicación, en su costado derecho,
donde un cáncer de piel había hecho mella más que visible.
Se llamaba “Pajarraca-138”, del guarismo 95 y con el
hierro de Núñez del Cuvillo, una de las más viejas marcadas con ese pial que
aún quedaban en “Cañadillas Altas”, la finca de Antonio Sainero, a la que llegó
desde “El Grullo” siendo apenas una erala. Su padre, “Carachica-5”, del año 88,
semental histórico en la casa de Cuvillo, mientras por parte de madre aparecían
nombres tan emblemáticos como “Suspicaz-21”, o “Melena-7”. Así que su
procedencia era de Maribel Ybarra por los cuatro costados.
La retienta fue más que interesante, unas se dejaron más
y otras menos, y como última, pensando que no iba a servir por sus condiciones
físicas, se dejó a “Pajarraca”. Nadie daba un duro por ella cuando apareció por
la puerta de chiqueros, pero como si fuera un milagro, que lo es, allí surgió la
bravura. La más pura y auténtica. La que no sólo hace sostenerse a un animal así, sino que lo afianza y le hace pelear. Por abreviar, la vieja
castaña duró más que todas las otras juntas. Exactamente, 48 minutos
embistiendo. De reloj. Pocos, sólo los
que ocuparon los de tanteo, al capote; los demás, a la muleta, con entrega,
fijeza, obediencia y recorrido.
Los que allí
estábamos no nos lo podíamos creer. Pero fue tan cierto como que lo vimos con
nuestros ojos. El misterio de la bravura puesto en práctica por una vaca que
seleccionó Joaquín Núñez del Cuvillo y cuyos hijos dieron muchas alegrías a Guadalmena.
“Pajarraca” murió al
día siguiente, pero no en el matadero, sino en la finca que la vio crecer y
hacerse un animal de esos que quedan para el recuerdo en los libros de la
ganadería. Manuel, el mayoral, el mismo que la había cuidado durante los
últimos dieciocho años, alivió para siempre el sufrimiento que su mortal
dolencia había marcado como condena. Fue esa misma mañana en que los campos de
Santisteban amanecieron cubiertos por la nieve. Una rareza, casi tan grande
como los 48 minutos de inolvidable bravura que ella nos había regalado unas
horas antes.
P.S.: El torero que aparece en las fotos es Manuel Rodríguez, novillero malagueño, una de las tres muletas que cataron la interminable clase de "Pajarraca".