Hace hoy dos semanas que un toro pasado de edad y kilos lesionó a mi amigo Nicolás Montiel, encargado de picar al "aparato" que Alberto Lamelas, su jefe de filas, iba a estoquear a puerta cerrada.
Cuentan los que vieron la caída que lo primero que les vino al pensamiento es que Nicolás se había partido el cuello. Afortunadamente todo quedó en el golpazo, a resultas del cual sufrió la rotura del radio derecho, algo que "lidió" con su habitual maestría ese portento del bisturí y los huesos que es el doctor Juan Román García Sorando, a la sazón propietario del hierro de Román Sorando, que se puso a la completa disposición del picador y le dejó la mano como nueva. Tanto, como que a los dos días ya incluso se peinaba solo y hoy me contaba que ya hace casi vida normal y piensa en reaparecer prontísimo.
No pudo, claro está, actuar el sábado pasado en Navalcarnero, en la primera corrida que Lamelas toreaba este año. Pero sí se montó en la furgoneta de cuadrillas y se plantó allí para verlo torear. Aquello acabó en triunfo y, cuando se acercó al hotel para despedirse, el matador le dijo "Nicolás, pasa a ver al mozo de espadas, que tiene que verte".
Y ahí vino la sorpresa, porque el hombre tenía preparado un sobre para Montiel, en el cual estaba el sueldo íntegro que debería haber cobrado esa tarde por sus servicios si hubiera actuado. El matador y su apoderado, José Antón "Josete", habían decidido tener este gesto con el "soldado herido en acto de servicio".
Vamos, igualito, igualito que las historias para no dormir que se escuchan por ahí un día sí y otro también. Por eso mismo, escuchar una así reconcilia con lo que a uno siempre le han contado que un día fue este mundo del toro.