Llevabas unos años allí cuando te conocí. Aunque había oído
hablar de tí, cómo no. Incluso recordaba aquél primer novillo de tu hierro que
vi lidiar, allá por 1986 en una becerrada que organizaron en Jaén pasado San Lucas.
Pero creo que la primera vez que te vi en persona fue el día que el “Zapato de
Plata” empezó a andar. En aquella primera jornada de tentadero, cuando los
chavales venían de ponerse por la mañana delante de unas sobreañas de Apolinar
y se encontraron en tu casa con seis utreras con toda la barba. ¡ Menudas caras
pusieron !
Ahí conocí a tu hijo Pedro Luis, que con el tiempo se hizo amigo
de verdad. Y después a Alfredo, y más tarde a toda la familia. Fue un lujo, de
verdad, vivir esas mañanas de herradero, esos días de tentadero y esas noches
hablando de toros hasta que, literalmente, amanecía. Como aquella con Luis Pérez
y Carlos Álvarez, donde el día nos pilló hablando del Cojo Peroche, de Pericón,
y de otros tantos personajes parecidos. Y nunca podré olvidar cómo pusiste tu
casa a mi disposición cuando terció celebrar la llegada al mundo de mis dos “rejoneadoras”,
como a tí te gustaba llamarlas. Ni tampoco la ilusión que te hizo cuando bautizamos a tu "Alfredillo" y en este mismo blog le dediqué un post que te llenó de alegría.
También recuerdo tu templanza cuando las
alarmas que con buen tino tenías instaladas en el cortijo dieron la voz de
alarma y la Guardia Civil pilló con las manos en la masa a una mala persona al
que creías amigo de la casa toreándote de noche los primeros novillos que ibas
a lidiar de la nueva procedencia que con tanta ilusión habías metido en tu casa
y que tuviste que mandar al matadero.
Y también, cómo no,
los consejos cuando uno que yo pensaba amigo me traicionó de una manera tan
triste como rastrera. Me dijiste “Sólo te digo una cosa: hostia que des,
familia de luto”. Lo recuerdo como si fuera ayer, y han pasado nueve años. Como
recuerdo como si fuera ayer esa llamada de Pedro Luis este 4 de febrero, a las
tres de la tarde, diciéndome que habías muerto. Así, de pronto, sin esperarlo.
Dejé de comer,
con el cuerpo cortado, y me fui a “La Quinta”. Lo primero que pensé fue que la próxima Nochebuena no te iba a poder
llamar para felicitarte las fiestas y echar un rato de chascarrillo contigo. Y
al día siguiente, en el tanatorio, no tuve valor para entrar a verte. El mismo
que me faltó para, cuando he vuelto a un tentadero a tu casa, preguntarle a
Pedro Luis dónde están enterradas tus cenizas.
Hace un rato has lidiado en
Santisteban del Puerto. Era la primera sin ti, y supongo que a Pedro Luis se le
habrán venido mil cosas a la mente desde que embarcó esta mañana a punto día. Me
cuentan que tus erales, los mismos que herramos un día de marzo del año pasado,
sin saber que Dios no te iba a dar oportunidad de verlos, han salido de lujo.
Tres con el hierro de tu hijo, y uno, el segundo, del tuyo, Alfredo García
Merchante.
Te debía estas palabras, y si no las he escrito antes es porque mi idea siempre fue ponerlas en negro sobre blanco, pero no ha sido posible. Así que… qué
mejor día que hoy. Y si no ha podido ser en papel, aquí están, en el etéreo
internet, como homenaje a quien consideré -y considero- un amigo. Por eso en
estas líneas me he tomado la libertad de tratarte de tú, aunque siempre, desde
aquel día de hace muchos años en que nos conocimos, lo hiciera de usted. Me
permites la licencia ¿verdad?. Allá donde estés, que sepas que aquí te
recordamos. Y mucho, Don Alfredo.
1 comentario:
Emocionante es poco. Tengo un nudo en la garganta. Habida cuenta de que en muchos momentos a los que te refieres yo también andaba por allí. Parece mentira que ya no esté. Un abrazo
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