Hay días en los que uno se siente afortunado, tremendamente
afortunado, de haber sentido un día en la niñez la picazón del toreo. Lo cierto es que se experimenta pocas veces, tal y como está el patio, pero cuando llega uno es feliz de verdad. La última vez que tuve la suerte de vivir esa sensación fue hace apenas unas horas, el jueves. Fue, la verdad, un
honor acompañar al Maestro (y lo escribo con mayúsculas, porque lo es del toreo
y de la vida) Juan Mora durante la charla que ofreció en Andújar. Esa hora y media
fue… mágica, maravillosa, impagable.
Esa hora y media… para mí se queda. Pero antes de que eso
ocurriera, en la sobremesa, tuve también el honor de ser su “cicerone” por la ruta brava de esta
paradisiaca sierra que tiene mi ciudad, cargada de ganaderías bravas, pero en la
que curiosamente Juan no había pisado. Me sorprendió que habiendo estado en pleno auge durante tantos años nombres como Sorando, Valenzuela, Jacinto Ortega, Gervás, Flores Albarrán o Samuel Flores, el de Plasencia nunca hubiera estado
por aquí.
Pero como todo tiene un día, Paco Sorando le encerró tres
becerras al Maestro para que soltara muñecas antes de irnos a la tertulia de esa noche. Yo suelo decir que hay veces, muchas veces, en que las
imágenes cuentan más que todo lo que yo pudiera escribir en este blog. Así que,
dejo de hacerlo y mejor vemos una docena de documentos que revelan cómo lo
pasamos los pocos privilegiados que esa tarde inverniza de nubes, claros y viento tuvimos el gustazo de ver tentar a Juan Mora en “Las Navas de Pedro Bagar”, puro
corazón de la serranía andujareña.
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