martes, 1 de diciembre de 2015

Los de Baltasar Ibán para 2016 (I)


     Mediodía de sábado, bien entrado el otoño, aunque todavía sin los fríos que nos han visitado últimamente. Viniendo desde Salamanca, cuando ya se vislumbra Madrid en lontananza, una desviación marca El Escorial. Hay que dejar a la derecha el Valle de los Caídos y continuar poco antes de llegar a la ciudad. Sale a la izquierda un camino, que a uno de sus lados va bordeando un camping, asentado en los terrenos de lo que fue la finca "Puerta Verde", de Amelia Pérez-Tabernero. En el otro costado, a lo lejos, se ve la imponente silueta de "El Campillo", que primero fue de Remy Thiebaut y después de Concha Navarro
Unos kilómetros más adelante, una portera pintada en colores verde y rosa, los mismos de la divisa nos indica que estamos en tierras de Baltasar Ibán. El hierro, inconfudible, delata que la bravura está a un paso, el de abrir la cancela. 






     Allí nos esperaba Domingo González, mayoral de la casa, uno de esos conocedores que están llamados a ser leyenda del campo bravo, con el que repasamos una camada compuesta por cinco corridas de toros de hechuras modélicas. Se nota, y bien, la criba que ha pasado esta camada del guarismo 2, con muchos erales y utreros quedándose en el camino. 





     El día de nuestra visita los toros estaban en el cercado donde comen habitualmente, acotado por las paredes del caserío y el embarcadero. Eso hace que, a la hora de bregar con ellos para cargarlos, todo sea mucho más fácil. Terminada la hora del pienso, se les abre la puerta de un cerrado muchísimo más amplio, llano como la palma de la mano, donde los animales rematarán el último invierno antes de su lidia. 




     Una de las características más singulares de esta camada es la abundancia de toros colorados ojo de perdiz y castaños. De los primeros hay toros serios, a la vez que bien hechos, como un nº 72, que bien pudiera reseñarse para Madrid. Otro de ese mismo pelo, con los pitones de menor longitud y colocación es un nº 19, que inspiraba seriedad en su mirada. Claro, que de todos los colorados, el que entra por los ojos era un 55 perfecto de hechuras. 

     Serios son también los castaños, más que ninguno un nº 24, que tiene una pinta "madrileña" tremenda. Con ese pelo, pero más encendido, hay un nº 70, estrecho de sienes y tocado de pitones, que imponía de verdad. Y, si hablamos de los negros, tres tonalidades distintas en cuatro toros. Así, los hay chorreados, como el nº 80, que se me antojó  en Contreras por su expresión y la cara acapachada, mientras el nº 8 es estrecho de sienes y amonterado de pitones. Bragado, el 60, que deambulaba solitario por el cercado; comportamiento contrapuesto al del nº 65, calcetero, coletero y facado, único de ese pelo, que siempre iba acompañado por ese castaño tan imponente que es el 24. 

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