miércoles, 8 de junio de 2016

Juan Ortega, de capote en "Los Monasterios"



      Mediodía de primeros de junio que por la temperatura parece puro verano, aunque este primaverón que hemos tenido en la Sierra Morena jiennense haya hecho que los pastos todavía no se hayan agostado. Pero eso sí, el verde intenso va dando paso al tono oro viejo en los herbazales que cubren el inmenso manto de las fincas que, linderas unas con otras, forman la ruta del toro de Andújar.
     La última de ellas es “Los Monasterios”, donde pacen los ganados que se anuncian a nombre de Hros. de Jacinto Ortega. Allí, con unas vistas maravillosas, hay una plaza de tientas donde el matador de toros Juan Ortega pule día a día su carrera. 




  

     El día de nuestra visita encerró dos becerras y un eral que iba a ser tentado para semental. Me llamó la atención cómo Juan hacía frente a un burladero de la placita de tientas prácticamente el mismo ritual que en una plaza de toros cuando está vestido de luces y a punto salir el cuatreño. Ese burladero se me antojó como una especie de reclinatorio ante el que pedir que todo salga bien. Y vaya si salió, porque  entre los tres animales echamos cerca de dos horas de tentadero y hubo una vaca, la primera, de nota muy alta, hasta el punto de ser la más completa que yo he visto en esa casa. Se nota que el trabajo y la selección van dando sus frutos. 







     Lo que allí ocurrió da para varios post que iré publicando en estos días. Hubo mucho toreo, y muy bueno, por parte de Juan, que ha perfeccionado aún más su concepto del temple. Eso lo percibí sobre todo con el capote y, como muestra, unas pocas instantáneas, donde se puede apreciar cómo con vacas de distinto embroque, velocidad, altura y condición, el torero es capaz de imprimir el mismo concepto, colocación y pulso a un lance tan fundamental como la verónica. Y eso, creedme, no debe ser algo fácil de conseguir. Para empezar, ya os digo, vamos con el toreo de capote.

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