Mediodía de primeros de junio que por la temperatura
parece puro verano, aunque este primaverón que hemos tenido en la Sierra Morena
jiennense haya hecho que los pastos todavía no se hayan agostado. Pero eso sí,
el verde intenso va dando paso al tono oro viejo en los herbazales que cubren
el inmenso manto de las fincas que, linderas unas con otras, forman la ruta del
toro de Andújar.
La última de ellas es “Los Monasterios”, donde pacen los
ganados que se anuncian a nombre de Hros. de Jacinto Ortega. Allí, con unas
vistas maravillosas, hay una plaza de tientas donde el matador de toros Juan
Ortega pule día a día su carrera.
El día de nuestra visita encerró dos becerras y un eral
que iba a ser tentado para semental. Me llamó la atención cómo Juan hacía frente
a un burladero de la placita de tientas prácticamente el mismo ritual que en
una plaza de toros cuando está vestido de luces y a punto salir el cuatreño.
Ese burladero se me antojó como una especie de reclinatorio ante el que pedir
que todo salga bien. Y vaya si salió, porque entre los tres animales echamos cerca de dos
horas de tentadero y hubo una vaca, la primera, de nota muy alta, hasta el punto de ser
la más completa que yo he visto en esa casa. Se nota que el trabajo y la
selección van dando sus frutos.
Lo que allí ocurrió da para varios post que iré
publicando en estos días. Hubo mucho toreo, y muy bueno, por parte de Juan, que
ha perfeccionado aún más su concepto del temple. Eso lo percibí sobre todo con
el capote y, como muestra, unas pocas instantáneas, donde se puede apreciar
cómo con vacas de distinto embroque, velocidad, altura y condición, el torero
es capaz de imprimir el mismo concepto, colocación y pulso a un lance tan
fundamental como la verónica. Y eso, creedme, no debe ser algo fácil de
conseguir. Para empezar, ya os digo, vamos con el toreo de capote.
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