Tierras de Medina-Sidonia, paraíso del toro bravo.
Atardecer de julio y una temperatura casi diez grados menor a la que había
dejado en Jaén apenas tres horas antes. Una desviación a la derecha de la Jerez
- Los Barrios marca el punto de entrada a “La Zorrera”, donde pastan los
animales propiedad de la familia García Cebada.
No es largo el camino, en cuya margen derecha está el
cercado de los sementales, en el cual me llamó la atención el pelo jabonero de uno
de ellos, con toda seguridad descendiente del “Retacón-111” de Torrealta. Pasado
el puente de la autovía, a la izquierda ya se puede ver el primer cercado con
machos, donde, entre otras, están las novilladas que irán a Villaseca de la Sagra
y Calasparra. Anda uno pocos metros y se topa de frente con el cortijo, y al
lado, todas las instalaciones, incluyendo plaza de tientas, corrales y
embarcadero.
Hasta ese cercano atardecer de julio no había pisado “La
Zorrera”, y eso que llevaba queriendo desde aquél 13 de octubre de 1981 cuando,
a través de las cámaras de televisión, mis ojos de niño se pusieron ojipláticos
contemplando una corrida de intachable presencia en la que destacó el castaño “Pajarito-14”,
nacido en enero de 1977, sexto de la tarde, al que Pepín Jiménez cortó las dos
orejas.
Poco después supe que el mayoral de esa casa ganadera se llamaba Antonio Flor
Parrado, y eso de que el conocedor de una ganadería que te gustaba tanto
llevase tu mismo apellido “molaba” mucho para un niño que tenía tanta afición
por el toro bravo como yo.
Más de treinta años tuvieron que pasar hasta poder pisar
allí. Y cuando puse el pie en “La Zorrera” lo primero que pensé es que allí se
había hecho mítico el semental “Fiscal”, con el hierro de Carlos Núñez. Y que
en esa misma tierra había nacido su hijo “Ajustador”, ya con el pial de Cebada Gago, uno de los padres de
bravura más importantes de las últimas décadas.
Hijos y nietos suyos serían muchos de los animales que
tuve ocasión de ver minutos más tarde en los distintos cercados. Por cierto,
pude disfrutar de una auténtica miscelánea de capas, por cuanto los había
negros, girones, colorados, castaños, burracos, cárdenos en distintas
tonalidades y muchos salpicados, sin faltar tampoco los típicos sardos. Casi todos marcados con el hierro de la Unión,
que se anuncia como Hros. de José Cebada Gago, aunque también había varios con
el primero que hubo en la casa, inscrito en la Asociación, y que figura en los
carteles como Salvador García Cebada. Sí, el mismo que volvió loco a Manolo
Molés y equipo en la pasada feria de Valdemorillo, cuando salió uno marcado así
y no daban pie con bola para identificarlo.
Poco más adelante,
con unas vistas que se perdían en el castillo de Torrestrella, estaba el
cerrado de las eralas, muchas de ellas ya tentadas, la mayoría con las cerdas
del rabo cortadas. Mala señal, porque esa marca significa que no habían pasado
la prueba del tentadero y su viaje al matadero estaba próximo. Junto a ellas
estaban las que habían asegurado su pervivencia en la ganadería y otras, las
menos, que aún estaban por tentar.
Precisamente dos de esas eralas se probaron esa misma tarde, pero eso tuvo lugar más tarde, casi entre dos luces y lo contaremos en la segunda parte de este post.
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