lunes, 27 de julio de 2015

Verano en "La Zorrera" (I)

     Tierras de Medina-Sidonia, paraíso del toro bravo. Atardecer de julio y una temperatura casi diez grados menor a la que había dejado en Jaén apenas tres horas antes. Una desviación a la derecha de la Jerez - Los Barrios marca el punto de entrada a “La Zorrera”, donde pastan los animales propiedad de la familia García Cebada.

     No es largo el camino, en cuya margen derecha está el cercado de los sementales, en el cual me llamó la atención el pelo jabonero de uno de ellos, con toda seguridad descendiente del “Retacón-111” de Torrealta. Pasado el puente de la autovía, a la izquierda ya se puede ver el primer cercado con machos, donde, entre otras, están las novilladas que irán a Villaseca de la Sagra y Calasparra. Anda uno pocos metros y se topa de frente con el cortijo, y al lado, todas las instalaciones, incluyendo plaza de tientas, corrales y embarcadero.









     Hasta ese cercano atardecer de julio no había pisado “La Zorrera”, y eso que llevaba queriendo desde aquél 13 de octubre de 1981 cuando, a través de las cámaras de televisión, mis ojos de niño se pusieron ojipláticos contemplando una corrida de intachable presencia en la que destacó el castaño “Pajarito-14”, nacido en enero de 1977, sexto de la tarde, al que Pepín Jiménez cortó las dos orejas.

     Poco después supe que el mayoral de esa casa ganadera se llamaba Antonio Flor Parrado, y eso de que el conocedor de una ganadería que te gustaba tanto llevase tu mismo apellido “molaba” mucho para un niño que tenía tanta afición por el toro bravo como yo.

     Más de treinta años tuvieron que pasar hasta poder pisar allí. Y cuando puse el pie en “La Zorrera” lo primero que pensé es que allí se había hecho mítico el semental “Fiscal”, con el hierro de Carlos Núñez. Y que en esa misma tierra había nacido su hijo “Ajustador”, ya con el pial de Cebada Gago, uno de los padres de bravura más importantes de las últimas décadas.







     Hijos y nietos suyos serían muchos de los animales que tuve ocasión de ver minutos más tarde en los distintos cercados. Por cierto, pude disfrutar de una auténtica miscelánea de capas, por cuanto los había negros, girones, colorados, castaños, burracos, cárdenos en distintas tonalidades y muchos salpicados, sin faltar tampoco los típicos sardos.  Casi todos marcados con el hierro de la Unión, que se anuncia como Hros. de José Cebada Gago, aunque también había varios con el primero que hubo en la casa, inscrito en la Asociación, y que figura en los carteles como Salvador García Cebada. Sí, el mismo que volvió loco a Manolo Molés y equipo en la pasada feria de Valdemorillo, cuando salió uno marcado así y no daban pie con bola para identificarlo.

    Poco más adelante, con unas vistas que se perdían en el castillo de Torrestrella, estaba el cerrado de las eralas, muchas de ellas ya tentadas, la mayoría con las cerdas del rabo cortadas. Mala señal, porque esa marca significa que no habían pasado la prueba del tentadero y su viaje al matadero estaba próximo. Junto a ellas estaban las que habían asegurado su pervivencia en la ganadería y otras, las menos, que aún estaban por tentar.








     Precisamente dos de esas eralas se probaron esa misma tarde, pero eso tuvo lugar más tarde, casi  entre dos luces y lo contaremos en la segunda parte de este post.

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